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Oxford Group Educación Corporativa Ejecutiva Asesoría y Consultoría

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Dedicada a brindar servicios de Capacitación, Consultoría, Asesoría a ejecutivos, profesionales, estudiantes y organizaciones, tanto del sector público como privado, en diversos formatos, programas corporativos y otros servicios académicos y profesionales. Ofrecemos paquetes de Consultoría y Asesoría, de acuerdo a las necesidades de cada organización. www.oxfordgroup.edu.pe


UN SOMBRERO VA VOLANDO…

Publicado por Look Trade giovannihc@hotmail.com activado 6 Diciembre 2010, 17:21pm

Muy pocas personas encarnan o reflejan el espíritu y la esencia de los pueblos que los vieron nacer. Una de ellas es sin duda alguna don Augusto G. Gil Velásquez, quien personifica la laboriosidad y el talento fenicio de los celendinos, también conocidos como los “judíos peruanos”.

 

Don Augusto se hizo a sí mismo y amasó una impresionante fortuna, la más grande de todo el norte del Perú, vendiendo sombreros y otras mercancías que importaba directamente desde Europa a través del Amazonas y el Marañón.

 

Naturalmente que algunas viejas beatas y supersticiosas de Celendín, asombradas por este Midas “shilico” que todo lo que tocaba lo convertía en oro, juraban que su riqueza era producto de un pacto con el mismísimo Lucifer, compromiso que era recordado por las visitas periódicas que este siniestro personaje le hacía al multimillonario en altas horas de la noche, cuando irrumpía en su zaguán acompañado de un nutrido séquito de demonios encapuchados y vestidos de escarlata. Y posteriormente estos engendros se retiraban dejando un olor a azufre y haciendo retumbar el empedrado de las calles en tinieblas, montados en briosas mulitas que lucían bridas y aperos de oro.

 

Pero, la verdad de toda esta riqueza se debe al esforzado trabajo y talento comercial que distinguieron a don Augusto desde su infancia y al positivo ejemplo de abnegación y empeño que le legó su padre, quien perdió un brazo en un trapiche al moler caña en el valle de Llanguat.

 

Este personaje emprendedor, abrió por primera vez los ojos en la bucólica y hermosa ciudad de Celendín en el año de 1873. Sus padres fueron don Pedro Gil y doña Paula Velásquez, celendinos ambos, quienes le enseñaron que el trabajo y las privaciones eran la base de toda riqueza. Y arropado con estas lecciones, empezó a labrarse una fortuna que le permitió hacerse de algunas propiedades entre las que destacaban las haciendas de San Isidro, Yajén y Guayobamba en Chota, además de numerosos solares en Llanguat, terrenos en Celendín y cuantiosos bienes comerciales. 

 

En la ciudad de Cajamarca, donde luego estableció su cuartel general, don Augusto también tenía un gran número de propiedades entre las que podemos mencionar al actual Hotel Casa Blanca, el edificio contiguo llamado la Casa Rosada que llega hasta el Cuarto de Rescate, más de doce inmuebles y casas solariegas, y varias haciendas entre las que destaca Huayrapongo.

 

Posteriormente, como gran comerciante que fue, logró monopolizar la venta de máquinas de coser y herramientas que traía directamente desde Alemania, las cuales portaban su propio nombre en la marca.

 

Un celendino en la corte del rey Jorge VI

 

Hay una notable anécdota que pinta de cuerpo entero el espíritu diligente y emprendedor de don Augusto G. Gil.

 

Se encontraba de paso en Londres con un gran cargamento de finísimos sombreros celendinos y no había podido venderlos con la celeridad que él hubiera deseado.  Pero al leer un periódico londinense se enteró que el rey Jorge VI de Inglaterra y su esposa la reina Lady Elizabeth Bowes-Lyon iban a acudir ese fin de semana al  Derby de Stratford-on-Avon.

 

Se dirigió entonces de inmediato a la embajada del Perú en Londres y le pidió al cónsul que lo acompañara al Derby. Al llegar el domingo, don Augusto y el cónsul podían ver mediante binoculares desde las graderías del hipódromo a la pareja real en su palco y los desplazamientos de la nobleza y demás cortesanos.

 

Y fue allí cuando le rogó al cónsul que le presentara a los soberanos pues quería obsequiarles un par de elegantes sombreros celendinos. El cónsul repuso que ello era ajeno al protocolo y a los cánones de la diplomacia. Pero tanto insistió don Augusto que al cónsul no le quedó más remedio que acceder a su petición.

 

De manera que cuando ambos estuvieron frente a la pareja real, el cónsul le dijo al rey Jorge VI que don Augusto era un importante empresario peruano y que éste quería regalarles a sus majestades un par de sombreros tejidos por las delicadas manos de una mujer celendina.

 

El rey agradeció el obsequio, se caló el sombrero, lo mismo que la reina, al tiempo que preguntaba al cónsul dónde quedaba Celendín. Éste a su manera satisfizo la inquietud del monarca, y desde ese momento tanto el rey como la reina no se sacaron los sombreros y continuaron viendo hasta el final todo el espectáculo hípico.

 

Naturalmente, la nobleza inglesa que había sido testigo de este inusual acto se preguntaba quién era el singular personaje. Demás está decir que el día lunes, don Augusto se dirigió al palacio real y vendió más de dos mil sombreros entre los nobles que querían imitar así a sus soberanos, con lo cual agotó todo el stock que había traído desde Perú.

 

 

Las bodas otoñales de don Augusto

 

Don Augusto G. Gil enviudó a principios de la década del 40 y, al cabo de un par de años, quizás un poco cansado de su ya prolongada soltería, decidió volver a casarse con una mujer que estuviera a la altura de su posesión y fortuna.

 

De manera que una mañana muy tempranito se dirigió al periódico “El Sol” que dirigía en la ciudad de Cajamarca, su pariente y paisano, el periodista Manuel Pereira Chávez (a) “Perseo”, hijo de doña Grimanesa Chávez Velásquez, para solicitarle un favor muy especial.

 

— Mi querido Perseíto”, —le dijo— he decidido volver a contraer nupcias y, aunque ya bordeo los 70 años, no me siento menos para hacer feliz todavía a una hija de Eva.

 

El periodista se rascó la cabeza en señal de sorpresa y repuso:

 

— Caramba, don Augustito, déjeme primero reponerme de mi asombro y luego permítame felicitarlo por la nueva empresa que va usted a emprender.

 

El millonario se atusó el bigote y luego prosiguió:

 

— Pero para esta empresa necesito que tú me ayudes.

 

— Usted dirá, tío. Lo que usted disponga —contestó con un dejo de curiosidad creciente el hombre de prensa.

 

Don Augusto tomó una silla, se sentó, cruzó la pierna y luego empezó a desgranar sus pedidos:

 

 Quiero que imprimas en tu imprenta cinco mil volantes, de acuerdo al texto que tengo en este papelito, en el que solicito conocer a una joven casadera para desposarla si reúne, por supuesto, determinados requisitos.

 

— ¿Y los volantes hay que repartirlos por todo Cajamarca? —inquirió con ansias Manuel.

 

 No, —repuso con energía don Augusto— quiero mas bien que alquiles una avioneta desde la cual se arrojen todos los volantes impresos sobre la ciudad de Cajamarca.

 

El Midas celendino esperó unos segundos para calcular el efecto que sus palabras habían causado en el periodista y luego continuó:

 

 También me gustaría que publiques esta convocatoria en todos los periódicos y revistas del norte del Perú, sin dejar de lado a las publicaciones de todas las provincias de Cajamarca. Desde luego, no escatimes gastos para ello. Pero, eso sí, quiero estar seguro que todas las mujeres del norte del país sepan que quiero casarme y compartir mi fortuna con la mejor de todas ellas.

 

 ¡Pero esto le va a costar un dineral, don Augustito!

 

 ¡Ya te he dicho que el dinero no es ningún problema! —rugió el ricachón.

 

 Está bien, está bien, don Augustito. Como usted mande, pero no se moleste. ¿Y cuál es el tenor del texto que usted ha preparado?

 

El millonario extrajo un papelito del bolsillo de pecho del saco y se lo entregó, no sin antes advertirle:

 

 ¡Quiero que lo publiques tal y como está escrito, sin quitarle ni agregarle una coma!

 

En el papelito se leía un texto, escrito a mano y con muy buena caligrafía, en el que se leía:

 

Yo, Augusto G, Gil, prominente empresario y comerciante celendino, deseoso de contraer nupcias por segunda vez, tengo el agrado de convocar a todas las damitas solteras del Norte del Perú interesadas en unir su destino al mío, siempre y cuando reúnan los siguientes requisitos:

 

1.      Ser de buena familia, de muy buenas costumbres y moral intachable.

2.      Ser mayor de 20 años y menor de 40.

3.      Demostrar que es una mujer hacendosa, trabajadora y que domine las labores propias de su casa.

4.      Ser de muy buena presencia, inteligente, buena conversadora, y con muy buena figura.

5.      Que sea buena administradora del patrimonio familiar y cuidadosa de la economía doméstica.

6.      Ser católica practicante y de muy buenos sentimientos.

 

Las señoritas interesadas pueden acudir el primer domingo del mes de julio de 1942, acompañadas de sus madres o chaperonas, para ser entrevistadas personalmente por el suscrito.

 

Las entrevistas se llevarán a cabo en mi residencia, localizada en la Plaza de Armas de Cajamarca, más conocida como la Casa Blanca”.

 

 

Demás está decir que el día indicado para las entrevistas, la residencia de don Augusto estaba más abarrotada que una colmena de abejas. Más de 180 señoritas, con sus respectivas acompañantes, y venidas desde diferentes lugares del Norte del Perú aguardaban su turno para ser entrevistadas por el singular personaje.

 

Y después que las entrevistó a todas, anunció que en una semana daría a conocer su decisión o preferencia, no sin antes obsequiarlas con valiosos regalos por haberse tomado la molestia de acudir a este inusual “casting”.

 

Llegada la fecha, don Augusto proclamó que la feliz ganadora era una hermosa, laboriosa y virtuosa dama celendina, paisana suya, con la que habían convenido casarse de inmediato. La boda se realizó a las 2 semanas y juran los que asistieron a ella que fueron mucho más faustuosas que las bodas del rico Camacho y la bella Quiteria que Cervantes describe en el Quijote.

 

Don Augusto murió algunos años después en Lima, un 24 de abril de 1951, a la edad de 78 años.

 

 

 

 

 

 

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